Sí.
Puedo pasar mil días sonriendo y contagiándote.
Puedo despertar comiéndote a besos y sin querer dejar de acariciarte.
Soy capaz de cambiar el color del cielo si no quieres que llueva
hoy.
Puedo curarte el dolor respirando profundo, cantarte
canciones en idiomas inventados, puedo cambiarle el sentido al giro del mundo
o, si quieres, puedo llevarte a nuestra estrella cogido de la mano.
Puedo hacer que llueva desde el suelo o borrar para siempre
el verbo llorar.
Puedo hacerte sitio en mis zapatos y enseñarte que todo en
esta vida se puede navegar, no solo el mar. Podemos difuminar nuestro contorno
y enredarnos, marcharnos de este mundo, regresar.
Podemos cruzarlo o atravesarlo entero hasta volver a
encontrarnos; podemos decidir el momento
y el lugar.
Podemos todo.
O podemos ignorarlo. Echar la vista hacia otro lado.
Dejar que nada pase, cerrar la puerta; limitarnos a dejar
rodar las piedras con la inercia.
Podemos cerrar los ojos, taparnos los oídos, cosernos la boca.
Podemos dejar que el agua nos erosione sin movernos, como
rocas.
Pero no quiero.
No es lo que quiero.
Así que te miro, te hablo, te oigo, te siento.
Y tú, mírame y dime qué quieres.
Y si quieres… solo no me dejes dormir sola al otro extremo.
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