23 dic 2017

Con los ojos en el suelo

A veces me gustaría saber en qué momento una persona llega a querer a otra, ese punto exacto de quiebre de la estabilidad sentimental que da un salto de éxtasis a un nivel que asusta. Saber en qué momento alguien te mira igual pero con distintas intenciones, y su sonrisa ahora depende de lo cerca que te encuentres; o en qué momento un silencio se convierte en invitación a romperlo con un beso, en qué instante un beso en la mejilla desea resbalar hasta los labios. Hablo de la gente que quiere sin decirlo. De quienes caminan cabizbajos por temor a que sus ojos expongan sus verdades. Es por eso que digo que creo en la mirada de quien ha pasado demasiado tiempo con los ojos en el suelo. De quien, al levantar la vista, sólo mira promesas que se marchan, ilusiones que sonríen, personas que lastiman. No lastiman las personas, claro, pero cuando le pones el nombre de alguien a tu secreto más grande, y esa persona se va, esa carga quiere salir de tu pecho y marcharse con ella, y el intento de luchar contra esa fuerza cansa, te quita las energías para desear terminar bien el día. Cuántos así por el mundo, cuántos que miro a diario. Cuántas parejas siendo todavía amigos, cuántos amigos que todavía no se conocen. Si pudiera verse el deseo, la nostalgia, el anhelo, seguramente que más de uno sería correspondido y muchos estarían felices ahora mismo; sería más fácil pasarse protocolos como romper el silencio, una invitación a salir, quedarse a solas, armarse de valor. Creo que debe haber algo, una señal contundente. Ojalá el amor fuera tan visible como el odio.

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